miércoles, 21 de enero de 2009

Una estrella llamada Henry

"Mi madre miró a las estrellas. Allá en lo alto había muchísimas. Levantó la mano. La mano osciló mientras escogía una. La señaló con el dedo.

- Allá está mi pequeño Henry. Míralo.

Lo miré: yo era su otro pequeño Henry, sentado a su lado en el peldaño. Lo miré y lo detesté. Ella me cogió en brazos, pero no dejaba de mirar a su otro chiquillo titilante. Pobre de mí allí a su lado, pálido, con los ojos enrojecidos, hecho más que nada de arañazos y magulladuras. Una barriga que pedía a gritos que le dieran de comer, los pies descalzos y doloridos como los de un viejo muy reviejo. Allí estaba yo, un pasmoso sustituto del pequeño Henry que había sido demasiado bueno para seguir en este mundo, el Henry que Dios quiso quedarse para sí. Pobre de mí.

Y pobre madre. Estaba sentada en ese peldaño y en otros peldaños que se caían a pedazos, viendo cómo se juntaban con Henry el resto de sus bebés. La pequeña Gracie, Lil, Victor y otro pequeño Victor. De esos me acuerdo. Hubo otros, y los que hubo antes fueron a parar al limbo; vinieron y se fueron antes de tener siquiera un nombre. Dios se los llevó; los necesitaba allá en lo alto para dar luz a la noche. De todos modos a ella le dejó muchos. Le dejó a los feos, a los ruidosos, a los que Él no quería ni en pintura: le dejó a los que ella nunca podría dar de comer.

Pobre madre. No tenía mas de veinte años cuando miraba al pequeño, titilante Henry y, sin embargo ya era vieja, ya estaba descomponiendose, tan hecha trizas que ya no tenía remedio: valdría para algún bebé más, y luego se acabó lo que se daba."


Así comienza la narración de la vida de Henry Smart, un niño que sobrevive en las calles de Dublin hasta que se cruza ante él un futuro que no entiende ... que no entiende pero que al menos es un futuro, mucho más de lo que tenía hasta entonces.
Ese futuro es una Irlanda libre. Una Irlanda sin hambre, sin ingleses, sin las injusticias que le habían hecho sumergirse en la mugre en más de una ocasión para huir de los palos y la carcel. Una Irlanda donde los niños no caminen descalzos ni mueran de hambre. Una Irlanda nueva que nacerá de las manos de los autenticos irlandeses y para los autenticos irlandeses.

"Saltamos una tapia y caímos sobre barriles vacíos y cajas de botellas vacías. Jack dió cuatro golpes con los nudillos en una puerta negra, y luego uno más. Se abrió, entramos.
El pub de Phil Shanahan. No estaba lejos del burdel de Dolly Oblong. Shanahan era uno de los centros de la revolución. No hubo otro pub que hiciera tanto por la libertad de Irlanda. Tras el mostrador no estaba Phil, ni tampoco un cura; la sala estaba llena de hombres que fumaban y charlaban tranquilamente. Seguí a Jack por la sala de techos bajos. Reconocí algunas caras que había visto por última vez renegridas y chamuscadas cuando la oficina central de Correos se nos vino encima con todo su peso; vi otras que jamás había visto. Jack se hizo a un lado y me encontré ante la espalda ancha y recta de Michael Collins. La chaqueta le sentaba estupendamente a pesar de ser una antigualla; se le marcaban los omóplatos. Tenía un desgarrón en la parte posterior del pantalón, por debajo de la rodilla derecha.
Notó nuestra presencia y se dió la vuelta; era un recio muchachote de cara muy pálida incluso en la penumbra del salón. Se apartó un mechón de la frente.

- Y bien, señor mío -dijo con su peculiar acento-, ¿listo para la siguiente ronda de combates?
- Lo estoy -dije.

Miró a Jack y luego a mí.

- De lo mejorcito de los hombres - dijo.

Antes de volver a mi catre esa misma noche ya había jurado mi pertenencia a la Hermandad Republicana de Irlanda, la sociedad secreta que iba a estar en el centro de todas las cosas. Ya era un feniano hecho y derecho. Era alguién especial, era uno de los pocos elegidos. Y antes de que terminase esa semana, a última hora de la tarde del sábado, había asesinado a mi primer polizonte."


Henry Smart luchará y matará como lo había hecho su padre cuando trabajaba en el burdel de Dolly Oblong, pero esta vez por una razón más noble que por un puñado de monedas ... ¿o no? ... quizás las razones para matar siempre sean las mismas aunque nos las vistan con distintos trajes o uniformes ... o bajo distintas banderas.

Un libro magnífico ... y sigue siendolo, incluso teniendo en cuenta la subjetividad a la que me lleva los lazos emocionales que me unen con Irlanda, consecuencia de mi viaje por esos lares.

Pero ... qué es, sino nada más que una gran mentira subjetiva todo lo que aquí escribo.

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